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Sombra siniestra

Cómo toda pareja enamorada, solían verse de lo más felices. Ella obsesionada con su hermosa sonrisa, con sus brillantes ojos y una amabilidad fuera de lo común que conquistaba a cualquiera con solo decir ¡hola! Él haciendo alarde de sus facultades para ganarse al mundo la tenía rendida a sus pies, y no había mínimo error que cometiese que no ganase con facilidad una disculpa aceptada de parte de ella.
Con el tiempo la pasión crecía, pero el amor disminuía en ella al verse convertida solo en un objeto que paseaba de su mano, como la sombra que va sujeta al cuerpo y nadie ve brillar. Aún más cuando el sol está en lo alto al mediodía dejándola oculta bajo la planta de sus pies. Así se sentía con la extravagante amabilidad de su compañero quien no desperdiciaba saludo a cuanto conocido y desconocido encontrara por la calle. Pero la situación se ponía todavía peor cuando los saludos a las damas que se cruzaban por su camino se hicieron más frecuentes. El problema no eran las conocidas vecinas, ni la parentela, ni alguna que otra amiga que haya sido presentada con anterioridad. El problema era con aquellas que, por obra y gracia de su supuesto olvido, hacían gracia de robarle a él una sonrisa demasiado grande y un tan afable saludo sin el gusto de una presentación mediante para saber de dónde, cómo, cuándo y porqué tanto aínco por quedar bien con aquellas señoritas. La respuesta era siempre la misma
-          Perdón, me agarró desprevenido. Me saludó y yo saludé, pero te juro que no me acuerdo quién era…- contesta Santiago con ingenuidad.
-          Igual podrías haberla presentado. Siempre que quiero saludar a tus amigas para saber de ellas no me dan tiempo, me miran con cara de bosta y me dan vuelta la cara… me da mala espina…
-          No te preocupes amor, sabes lo que te respeto. Saludo porque me saludan, pero ni me acuerdo quiénes son…
-          Ah… mira que bien, nunca te acuerdas… sin embargo esos saludos demasiado sonrientes no demuestran lo mismo…- concluía con ironía su esposa Marina.
Así fue pasando, una y otra vez. Él desmemoriado, y ella con una impotente rabia que crecía día a día ante el beneficio de la duda. Así se fue sintiendo cada vez más la sombra que caminaba a su lado, a sus espaldas, al frente, debajo de sus pies, pero siempre desapercibida, como si nunca estuviese allí. Sólo en el inmundo y sucio pavimento que todos gustosamente pueden pisotear.
Dormida, soñaba con él, aquellas largas noches que se ausentaba por sus turnos de trabajo. Sola, temiendo que en realidad no estuviese solo, sino acompañado por alguna que otra de aquellas de quiénes sospechaba fuera una amante pasajera.
Las escenas se repetían cada vez con más frecuencia, y él con un tierno beso en la frente le decía
-Amor, son celos nada más. Mi bella preciosa, sabes que te amo con el alma…
Y ella con un nudo en la garganta se apartaba de su lado…
-No te pido demasiado, solo que me digas al menos quienes son, unos nombres por lo menos deben tener… ¿no?... Yo no saludo así a alguien que no recuerdo, con un simple hola basta y si no lo recuerdo le pregunto para no dejarte mal parado… Si es que alguna vez alguien me saluda, porque no conozco a nadie. Sabes que no salgo sola a no ser que sea con vos. Sin embargo, vos no haces lo mismo…
-Tranquila mi vida, que son amigas que conocía de antes de que estemos juntos y de verdad no recuerdo de dónde las conozco.
-Vos, tu pasado y tus amiguitas que no recuerdas… solo te pido respeto, ya parezco florero al lado tuyo y no tu mujer.
-Mi bella celosa!
Las noches se hacían más largas, los horarios de salida de trabajo cada vez más tardíos, y los baños urgentes sin un beso de madrugada, cuando llegaba a casa, cada vez más escasos.
-Amor, porque no descansas primero y después te duchas…
-Es que trabajé mucho mi bella, y estoy todo sudado…
-Parece que cada vez corres más, y sobre todo cuando te tocan los turnos nocturnos sin compañero…
-Si mi vida…
-Pero¿ no era que se había reducido el trabajo porque la empresa se venía a pique?
-Si amor, pero no sé porque cuando me toca solo siempre se cruza algo…
-ya veo…
Esas charlas, eran una de las pocas que fueron teniendo cada vez que él salía de la ducha matutina. Luego se acostaba dándole la espalda y se dormía profundamente, sin ese abrazo que antes los hacía dormir en armonía juntos, compartiendo al menos una hora de sueño acurrucados en su nido, como antes lo hacían… Ella solo se quedaba mirando al techo, para esperar el amanecer y levantarse a continuar con su rutina diaria de ama de casa.
Lo observaba mientras dormía. Recorría su cuerpo desnudo con detalle para ver si encontraba alguna huella, y efectivamente, un buen día comenzaron a aparecer. Rasguños en la espalda, marcas en el cuello, en el pecho, que, él decía que eran accidentes en el trabajo o algún rasguño que se había hecho solo al rascarse cuando algo le daba comezón…
Para ella, que creía conocerlo, no eran normales. Los fantasmas de una o varias amantes se hacían más frecuentes, se convirtieron en su peor pesadilla. Su perfume había cambiado y el sabor de su piel, amargo como la hiel.
Obsesionada, al borde de la locura por no poder saber qué hacía él cuando no estaba a su lado comenzó a investigarlo, invadió por completo su privacidad. Hurgó sus bolsillos, sus correos, sus redes, su ropa interior, su mochila de trabajo, pero nada… Finalmente envuelta en la desesperación por los celos recurrió a la magia negra y a la adivinación, así fue como dio con un libro en internet que contenía recursos insólitos para viajar a través de la mente e inmiscuirse sin ser descubierta en la vida de las personas… pero a cambio, todo tiene su precio…
Una tormenta se avecina, era el momento propicio para su pacto con las sombras. Medianoche y él no estaba. Encerrada en un viejo galpón en el fondo de su patio, que se caía  a pedazos, encendió una vela negra y repitió seis veces,
-por el poder de las sombras que se asilan en el más allá, por las almas castigadas sin piedad, por la luna que oculta queda marchita bajo el brillo siniestro de la aparente bondad del sol, confiéreme el poder que necesito para ver más allá de lo que mis ojos pueden ver, para descubrir lo que se me oculta, para sentir la carne que no puedo sentir… conviérteme en lo que soy sin quererlo ser, su sombra oculta bajo sus pies que en secreto calla todo lo que él vive…
Se quitó la ropa y desnuda bailó pasando una y otra vez sus pies descalzos sobre la llama de la vela negra que tenía encendida, hizo un circulo de sal y repitió aquellas palabras mientras su voz se apagaba misteriosamente. Y de ella solo quedó su sombra, una viva imagen de su esposo.
Sin darse cuenta de que algo había cambiado se fue a dormir extasiada, con los sentimientos a flor de piel, comenzó a pensar en divorciarse para cortar de sano con todos sus temores. Se quedó dormida, profundamente, pero el sueño no duró mucho. Una repentina asfixia provocada por un ahogo con su saliva la hizo sentarse impulsivamente. Casi al borde de perder la conciencia, corrió al baño, dejó correr el agua del lavatorio y se mojó reiteradamente el rostro. Se miró al espejo y pudo ver como su piel se le llenaba de manchas moradas a negras. Le hormigueaban las manos y las piernas, y una sensación de muerte inminente le quitó el poco aliento que le quedaba. Cayó, y un golpe en el lavabo le abrió la frente… una hora más tarde, vuelve en sí, nuevamente frente al espejo se mira, el hechizo del libro había dado resultado.
Digna copia de su esposo, su sombra infame, sale a la calle sin impedimentos, sin muros que le estorben el camino, en busca de aquellas muchachas que atormentaban su paz.
Su primera víctima, aquella que alguna vez cruzó indignada y que, ante un desmedido saludo, provocó sus primeros celos. Dormía, y se metió en sus sueños.
-          ¿Me recuerdas?, dijo Marina convertida ahora en Santiago.
-          Sí que me acuerdo…- respondió la víctima-
-          Nos cruzamos hace unos días, estaba junto a mi esposa, perdón por no acercarme a saludarte con un abrazo… es que… sus celos me vuelven loco…
-          No te preocupes, comprendo… igual me moría por saltarte a la boca y comértela de un beso frente a ella…
-          Pero sé que eres feliz, o al menos eso le dices a ella… ahora que estás en mi cama, aprovechemos que no puede vernos la estúpida. Sé que no le has contado de mí y nunca le vas a contar… aprovechemos…
Al concluir la charla y tras una furia desmedida que se dejaba ver en unos ojos enrojecidos, Marina se abalanzó sobre ella y comenzó a asfixiarla con la almohada hasta quitarle la vida. Salió de la habitación sacudiéndose las manos, tras escupirle la cara y decirle ¡puta! Regresó a la calle en busca de la siguiente en su lista. Así una tras otra, las fue liquidando. Primero metiéndose en sus sueños buscando sacar respuestas en diálogos inconscientes, luego las apuñalaba o les cosía la boca y la nariz para que no pudieran respirar y muriesen asfixiadas. Así hasta llegar a la última a quién arrastró a una fosa que estaba al descubierto en el cementerio y tras darle un golpe en la cabeza la enterró viva.
Ahora, le tocaba el turno a su amado Santiago, quién, según lo que había escuchado de aquellas mujeres (sus supuestas amigas que él no recordaba sus nombres), eran sus amantes y le estuvo mintiendo toda la vida.
Caminó como alma en pena hasta el lugar de trabajo de su esposo. Como era de suponer, estaba solo aquella noche, pues si esperaba a que alguna de sus amantes llegara no iba a suceder nunca porque se había encargado de asesinarlas primero.
Siendo su sombra, se pegó a él, sin que nunca se enterara y comenzó a seguir cada uno de sus pasos. Asombrada pudo comprobar algo que nunca le había contado, lo habían descendido en el trabajo y se dedicaba a hacer tareas de limpieza de los patios, de las veredas del amplio predio, sacar malezas y ramas de los varios árboles que había en el lugar. Lo que explicaba los rasguños, las marcas por algunos golpes que se daba ya que nunca había hecho ese tipo de trabajos y con gran torpeza trataba de concretarlos para que no le causaran el despido.
Sin comprender por qué no le había contado nada. Lo siguió a la cocina, donde Santiago fue a calentarse las manos que se le había congelado del frío y luego se sentó a escribir.
Detenidamente se puso a leer sus notas, era para ella:
Amore mío, si supieras lo que te amo y lo que te respeto. Como hacerte entender que eres todo en mi vida, que eres mi universo y quién me rescató de todo lo malo que algún día fui.
Sabes que mi pasado no fue de los mejores, que cometí muchos errores de los que me arrepiento. Sabes cuánto quisiera haberte conocido antes, para evitar todos aquellos males, todas aquellas mujeres que hoy me acosan y que en realidad no puedo recordar quiénes son porque nunca significaron nada importante para mí.
Te amo más de lo que imaginé que podría amar a nadie en este mundo y lo que menos quiero es lastimarte… ¿Si saludo? Bueno, es mi forma de ser, no sé… me sale solo. Qué no debería hacerlo de la forma en que lo hago con las mujeres que me cruzo? Debo darte la razón, pero no es a propósito y de verdad que no me acuerdo de ellas. Que sí, quizás más de una haya tenido que ver algo en mi vida, pero no han sido lo suficientemente importantes como para quedarse como vos lo hiciste… perdón por mi pasado. Prometo cambiar cada una de mis actitudes, y si recuerdo a alguna de ellas voy a contarte todo… Soy un cobarde, porque temo perderte y no puedo sin vos… y en cuanto a mis actitudes, es por tus celos, ellos me alejan con mucho dolor. Los rasguños y las marcas, no voy a decírtelo. Quiero que sepas que soy pleno a tu lado y que trabajo duro porque quiero darte algún día todo lo que hoy no puedo… sé que todo cambiará y seremos felices otra vez…
Tras terminar de leer, Marina, regresó a su casa llorando, sintiéndose una basura por todo lo que había hecho. Entró al baño, donde se había descompensado horas antes, se quedó parada frente a su cuerpo y quiso volver a ser ella, pero le fue imposible, había muerto. El golpe que le abrió la cabeza la desangró por completo.
Un zumbido fuerte, le invadió los oídos y unas manos infernales que salieron del espejo la tomaron de los pies y la arrastraron nuevamente hacia donde estaba su esposo. La sujetaron con cadenas y la condenaron a ser su sombra de por vida…
Años más tarde, después de haber llorado la muerte de su esposa, Santiago cae en el alcohol y ve a su amada en cada mujer que encuentra en los bares, con algunas hace el amor… ¿y Marina? fue condenada a vivir cada aventura entre las sábanas de su esposo… Sus fantasmas se hicieron realidad.

Misteriosamente al otro día, todas amanecían muertas.


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