Camina el changuito, descalzo, con los pantalones arremangados y la escarcha pegando sus pies al asfalto, como evitando la patinada.
Las manguitas de esos harapos, que apenas le cubren el torso intentando burlar el frío, le hacen de regadera mientras intenta limpiar un vidrio.
Carita sucia, desde temprano le pone el pecho al destino. Sin desayuno, con suerte un pedazo de pan duro como para callarle al estómago el rugido.
Indiferente la gente pasa, murmurando que la madre, que el padre, que el presidente y todos los santos…que Dios se apiade por tal descuido… murmullos desde la distancia, que al niño no le hacen ruido.
Sonríe con picardía, extiende su pequeña manito:
-Señor ¿me da una monedita?
-¿y tus padres?
-Soy huerfanito.
Obtiene la monedita después de limpiar el vidrio y el padre de lejos lo mira, detrás de un árbol bien escondido, esperando lo facturado al final del día para irse comprar un vino.
Solloza el changuito descalzo, está muriendo de frío. Deseando abrazar a su madre, aquella que después de parirlo se fue por otro camino.
La tinta del caos
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