Sentada en el mismo lugar, en el que su mente ofuscada se
dejaba invadir por los recuerdos, cerró sus ojos y se dejó llevar a orillas del
mar…
Sus pies descalzos aún podían sentir el frío de las olas
rozar suavemente su piel, mientras la opaca espuma se desvanecía al ser
absorbida por la esponjosa y áspera arena. Era tarde y el ocaso se dejaba ver
apenas, allá a lo lejos en el horizonte. El mar comenzaba a agitarse suavemente
y el silencio era el dueño de la intranquila ribera…
Recorría lentamente la playa y su mirada se perdía en
aquel paisaje, buscaba a alguien, allí lo esperaba, de ropa ligera, sacudida
por el viento, se pegaba a su piel
dejando ver su delgada silueta, atractiva y dulce como néctar de miel; ocultaba
un oscuro pero tentador secreto que solo quiénes caían perdidos en el
poder de su seducción podían conocer.
Él caminaba hacia ella, vestido de blanco, sus manos en
los bolsillos, con una sonrisa confundida en su rostro, a paso acelerado, y con
una ansiedad que se sentía en el aire, se acercó a ella, sin mediar una palabra
la miró a los ojos, dulcemente tomó su cabeza con ambas manos y dejó sus dedos deslizarse
entre sus negros cabellos, tan negros y profundos como la oscuridad de la
noche, que se movían al ritmo del viento, tan desprolijo como el mar atraído
por las fuerzas del sol y la Luna sobre la tierra.
Ella cerró sus ojos y sentía como su piel se estremecía
con cada caricia que él le regalaba a su cabello, se entregaba a sus brazos
perdida entre la realidad y los sueños, lo
dejó deslizar sus manos por su espalda, él la recorría con cada yema de
sus dedos y uno a uno dibujaba sus músculos cual si fuesen un mapa, sin dejar
escapar el más minúsculo detalle… Ella, ella no decía nada, solo sentía como su
carne sucumbía ante el deseo de entregarse por completo… Él, la miraba,
observaba seriamente cada gesto de su rostro, que parecía moverse al ritmo de
las olas, su mirada intensa parecía querer penetrar el interior de su mente,
parecía querer poseerla, adivinar sus pensamientos, sentir lo que ella sentía.
La tomó fuertemente entre sus brazos, la abrazó tanto que sus huesos sonaron , de
manera tal que parecían haber vuelto cada uno a su lugar después de haber
permanecido desviados por largo tiempo; en ese intenso abrazo ella sintió, que
perdía el aliento con cada segundo. Allí, a orillas del mar, su rostro poco a poco
empalidecía, su corazón cambió de ritmo y su palpitar se hacía cada vez más
lento. Su piel, su cuerpo comenzaba a verse envuelto por la misma muerte, mientras
la puesta del sol llegaba casi a su fin…
En un intento forzado logró zafar de ese abrazo que casi
logra extinguirla, tomó el control de sí misma y continuó enfocada en sus
intenciones para con él…
-Llévame contigo, no me sueltes por favor, no me dejes
escapar- fueron palabras que llenas de angustia salían desde lo más profundo de
su alma, como un desgarrador grito de auxilio que yacía atrapado entre su pecho
y su garganta… - No preguntes por qué, solo llévame contigo- susurró.
Él solo la miraba, y poseído por la profundidad de sus
ojos, tomó nuevamente con ambas manos su cabeza, por la nuca y deslizó sus
manos sobre su cabello…
-Ya estás conmigo, jamás te apartaré de mi mente…
Vestida de blanco al igual que él, alegre comenzó a
danzar sobre la arena al ritmo de esa
música que solo ellos podían oír.
Él prometió jamás apartarla de su mente, de no dejar de
acariciar su oscuro cabello… bailaban sobre la arena y él se aferraba enamorado
a su cabeza.
Esa noche, después de la puesta del sol, ella le regaló a
él el oscuro secreto que la llevó a su encuentro, ella le entregó ese recuerdo
para que él lo cargase entre sus manos y lo encadenase a su memoria por el
resto de sus días.
Así la demencia sedujo al loco, dueña del don del
delirio, logró cegarlo de la realidad... en aquella playa de cálidas arenas y
frías aguas cuya espuma aún se esparce entre sus descalzos pies. Y la demencia
aún recuerda con la cabeza entre las rodillas, sus brazos rodeando sus piernas,
en aquella blanca celda que hoy la mantiene encerrada, donde él la abandonó
seducido por la muerte, como conoció al hombre del cual se enamoró. Hoy se encuentra
a la espera, meciéndose aferrada a sus rodillas, con la mirada perdida en la
brillante claridad y sus negros cabellos ocultando su rostro, a que alguien
llegue a su encuentro y llene ese inmenso vacío que él provocó en su alma que
sucumbe desgarrada ante su aletargada ausencia.
Pasan los años y allí sigue aislada la “DEMENCIA” misma,
en una clínica psiquiátrica, caminando ansiosa, intentando escapar para salir
en la búsqueda de alguien que como él sea capaz de encadenarse perdidamente a
ella y hacerle compañía en su blanca celda hasta el fin de sus días.
ΧάοςΜελάνι (La Tinta del Caos)
Evangelina S. Vilche
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