Tan insólita puede ser la vida... cuando creemos que tenemos todo solucionado, y los días pasan a rienda suelta entre gratos momentos que atesoramos en la mente, mientras tanto, los malos días también llegan y quedan guardados en silencio en algún lugar del corazón. No dejamos salir la angustia que se amontona y se convierte en un nido de ratas e inmundicia que nos carcome por dentro sin dar señal alguna.
Hasta que llega la noche, la cama nos espera para que larguemos el cuerpo en reposo y la mente se vuelve una compilación de eventos inquietos que nos abruman o nos hacen sonreír. Con los ojos cerrados, quizás dormidos o quizás despiertos hacemos planes para el mañana hasta que al fin nos quedamos dormidos...Pero, llegará ese mañana? Quizás nunca despiertes o quizás tu último intento de levantarte sea salir corriendo de la cama, con el corazón a todo vapor, sentir que la garganta se te cierra y te ahogas. Abrir las ventanas para poder respirar, pero el único aire que ingresa es el gélido aliento de la muerte y su oscuro rostro contemplando como te desvaneces poco a poco. Te toma del cuello y te quita las fuerzas. Corres al espejo y te ves, allí parado frente a ti, tan insignificante mientras te extingues... y no hay nadie alrededor, solo tú y esa negra y fría noche que vino a buscarte... y el mañana que planeabas quizás en un segundo ya no exista. Se irá contigo.
Así pasó aquella noche, cuando la muerte vino a buscarme.
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