Tarde de verano. El sol desataba su furia candente sobre el patio trasero.
Ella yacía tendida sobre la verde alfombra que cubría el jardín.
A lo lejos, él reposaba sobre un viejo sillón de mimbre mientras la miraba deseosamente. Sus ojos se encendieron y lo tentaron a devorarla mientras se le hacía agua la boca.
Inmediatamente abandonó su lugar de reposo y corrió hacia ella. Sin pedir permiso se abalanzó sobre su cuerpo inerte al instante en que se convirtió en una bestia voraz.
Sin que ella se lo impidiera deslizó su lengua sobre su torzo desnudo. Desesperadamente mordía su cuello, sus piernas, masticaba sus manos, la disfrutaba sin desperdiciar un centímetro de su perfecta anatomía.
De tanto en tanto, preso de la excitación y el intenso calor se detenía a jadear; iba en busca de agua y al rato regresaba por ella.
Nadie los interrumpió, hasta que inoportunamente alguien llegó y emitió un grito tan espantoso que alborotó hasta las aves que piaban y hacían más intenso su momento.
- Mamaaaaa!!!!!! el perro se comió mi muñecaaaa!!!!!