Se
avecinaba la guerra. Ese mismo año me enlisté como voluntaria en la cruz roja.
Hacía mucho tiempo que me desempeñaba como enfermera en el hospital de Seattle
y en verdad me apasionaba mi profesión, poder salvar vidas y luchar
constantemente contra la muerte me hacía sentir útil, sobre todo si lograba
salir victoriosa en la batalla.
La
salud de mis pacientes siempre estaba primero que la mía propia, por eso no me
importaba dejar todas mis energías ni mis horas de sueño en las salas del
hospital.
Debido
a mi devoción y a mi profesionalismo me habían promovido a las salas de urgencias.
A pesar del cansancio y de pasar horas y horas velando por la vida de los
pacientes, junto a los médicos, siempre me mantenía al pie del cañón.
Paralelo
a mi oficio llevaba una vida absolutamente normal. Apenas terminé mi carrera de
enfermería conocí a un hombre muy apuesto con quien tuve dos hijas.
Él se
había enlistado en el ejército poco antes de conocerme, y en pleno amorío acordamos
que, si alguna vez nos tocaba enfrentar una guerra, yo me uniría como
voluntaria en la cruz roja para acompañarlo hasta las últimas consecuencias, y
en caso de que le ocurriese alguna desgracia durante la batalla haría lo
humanamente imposible para traerlo sano y salvo a casa. De lo contrario, yo lo
asistiría hasta su suspiro final, él juró protegerme hasta el último día.
Desgraciadamente
para destino de la humanidad y el nuestro los rumores de un conflicto bélico se
convirtieron en una declaración inminente, y en julio de 1914 se desató la Gran
Guerra.
Los
años pasaron y los frentes en conflicto seguían acumulando aliados, llegado
1917 nuestro país se involucró totalmente enviando sus tropas a las zonas en
conflicto...
Finalmente
llegó nuestro momento. Temido, soñado o esperado, no lo sé, solo llegó entre
mucha confusión y un mar de preguntas que merodeaba en nuestro interior. Ambos
fuimos llamados a servir a nuestra patria, creo que aún no teníamos la más
mínima idea de lo que deberíamos enfrentar. Momentos antes de partir nuestros
rostros parapetaban una enorme sonrisa, nuestros uniformes estaban impecables,
todos perfectamente formados desfilando como en un día festivo mientras el
público con gran júbilo arrojaba papelitos, saludos, sacudían banderas,
lágrimas de alegría y fuegos artificiales a los cielos. Un gran jolgorio se
había desatado para ser que se trataba de una guerra. Ignorancia, falta de respeto por la vida
humana, eso nada más, que gane el mejor era lo único que importaba. Era
insignificante cuántos tendrían que caer con tal de cantar ¡la victoria es
nuestra!... Con ese pensamiento y tantos otros que hacían eco en mi cabeza,
sonriente me despedí de mis hijas y de mi general con la promesa de volvernos a
ver.
Tras
viajar varios cientos de kilómetros llegamos a destino, me es muy difícil
describir con palabras el primer impacto que me causó encontrarme con semejante
escenario; hay que ver para creer y vivirlo para contarlo, pues heme aquí,
paralizada, temblando de pies a cabeza como una hoja seca sacudida por el más
cruel viento helado de invierno. Una morgue desordenada, un depósito de
cadáveres secándose a plena luz del día entre los escombros y en medio de tanto
despojo y silencio se oían susurros de auxilio, suplicio y más muerte...
Alguien
tocó mi hombro, sacudí bruscamente la cabeza para poder reaccionar. Un guía de
la *CICR me condujo hacia la tienda en la que comenzaría a prestar mis
servicios, pero al ingresar lo que me esperaba no era justamente el lugar que
parecía ser... solo sentí un fuerte golpe en la cabeza, la vista se me nubló y
me desmoroné por completo. No sé cuántas
horas pasaron hasta el momento en que desperté, lo que si era seguro es que fui
secuestrada por un grupo del frente alemán, quiénes habían montado una tienda
igual a la nuestra en dónde planeaban sus operaciones, vestidos con el mismo
uniforme que usaba mi equipo para pasar desapercibidos.
Me
tenían atada de pies y manos, sentada en una silla de madera, amordazada como
si fuese un animal. Tres hombres se encontraban frente a mí, la luz era muy
tenue y la sangre que recorría mi rostro no me dejaba distinguir sus rostros.
Se comunicaban entre ellos en alemán, por lo que por mi poco dominio del idioma
no alcanzaba a descifrar por completo lo que decían. Uno de ellos me habló en
su idioma, mientras sostenía en las manos lo que parecía una carpeta, otro que
hablaba muy bien el inglés, comenzó a traducir. Mientras que el tercero de
ellos, luego de salir y entrar varias veces se paró detrás mío con un balde de
agua, una esponja y lo que parecía ser una batería para descargas eléctricas.
El
primer sujeto, quién tenía la carpeta, la abrió... y al ver lo que contenía el
mundo se me desmoronó por completo ... me negué varias veces a obedecer las
órdenes que estaba recibiendo, pedí que me asesinaran, pero no lo hicieron.
Solo me torturaron dándome choques eléctricos por mi cuerpo que mojaban
constantemente, mientras rasgaban mis ropas... otra vez desfallecí.
Cuando
logré abrir los ojos y recobrar la razón por segunda vez, estaba en otra
tienda, con un nuevo uniforme igual al que traía puesto y el oficial que me
torturó con esa maldita carpeta en sus manos. Me miró seriamente, hizo una
señal tajante con su mano derecha en su cuello. Lo miré de la misma forma en la
que lo hizo conmigo y asentí una vez.
En
unos pocos segundos comenzaron a llegar heridos de todas partes, tanto de la
**Triple Alianza como de la Triple Entente. Tomé mis herramientas para comenzar
una masacre en contra de mi voluntad... salvé vidas y quité muchas más... Ya no
quisiera recordar más, esto me tortura...
Y allí
estaba yo, asistiendo a cuanto soldado pudiera, empapada de sangre que de rojo
teñía mi uniforme…
Mis
manos temblorosas en un intento intencional fallido de cerrar las heridas de
bala…
Mi estómago
resistiendo a duras penas las náuseas que me provocaba el olor a la maldita muerte,
y ella allí, a mi lado portando su oz amenazando con cortar de cuajo mi cabeza
y la de mis hijas sino cumplía al pie de la letra el oscuro trabajo que se me
encomendó.
Todos
los soldados que pertenecían a la Triple Entente, con quiénes luchaba mi
esposo, debían perecer, y en mis brazos morían buscando vida…Sólo rogaba cada
día que él no fuese a parar a esa falsa tienda de la CICR en la que la
desgracia lo encontraría camuflada en mí.
La
inyección letal surtía rápidamente efecto en mis víctimas…
Hasta
que llegaste tú, mi sargento, con tu corazón de fuego y gloria en las venas,
que emanaban por tus heridas profundas…
Te
amé, pero debía hacerlo, era matar o morir, esa era la misión de esta espía
infiltrada…
En una
profunda mirada nos despedimos, no había odio en ti, solo compasión por esta
esclava de la muerte…. No pude cumplir mi promesa.
No hay
perdón para mí, lo sé…pero la vida de nuestras hijas valió el infierno de
haberte perdido… En esa carpeta, estaban sus fotos, sus direcciones, cada uno
de sus movimientos descriptos con lujo de detalles. En esa carpeta estaba
grabada su sentencia y la nuestra.
¡Shhh!!!!
Duerme mi soldado, nos veremos en el más allá…
----------------------------------------------------------------------------------------------------------
*CICR: Cruz
Roja Internacional.
**La
Triple Alianza formada por las Potencias Centrales: el Imperio alemán y
Austria-Hungría. Italia, que había sido miembro de la Triple Alianza junto a
Alemania y Austria-Hungría, no se unió a las Potencias Centrales. Por otro lado,
se encontraba la Triple Entente, formada por el Reino Unido, Francia y el
Imperio ruso. Ambas alianzas sufrieron cambios y fueron varias las naciones que
acabarían ingresando en las filas de uno u otro bando según avanzaba la guerra:
Italia, Japón y Estados Unidos se unieron a la Triple Entente, mientras el
Imperio otomano y Bulgaria se unieron a las Potencias Centrales (Triple
Alianza).
Comentarios
Publicar un comentario