-Papá, hace mucho frío y ya no hay leña en la cabaña...
-¡¡¡Maldita niña!¡¡¡ Te avisé que cuidaras la leña, nevó toda la tarde y es imposible hachar así!!!- gruñía embriagado el padre de Mary Ann que apenas tenía ocho añitos de edad.
-Papà, si no tenemos con qué alimentar el fuego, moriremos congelados...
El leñador, se levantó de su silla con su botella de Whisky en mano, sacó a su hija a los tirones de la cama tomándola de la ropa. Sin darle tiempo a colocarse abrigo y zapatos, la llevó descalza al bosque a buscar leña.
Era muy tarde ya, la nieve quemaba los pies de la pequeña, y el llevar el hacha en sus pequeñas manos le hacía más doloroso el transitar.
Llegaron al fin a un lugar donde un viejo árbol había caído...
- ¿¡Quieres leña!? Entonces corta pequeña malcriada!!!
-Papito, no puedo el hacha es pesada y el frió me quita fuerzas- sollozó la pequeña tras varios intentos de cortar el árbol.
-Ah! Para eso no tienes fuerzas! Pequeña ramera igual que tu madre!!!-gritaba e insultaba el leñador, enceguecido por la borrachera, mientras empujaba a la pequeña al suelo y la agarraba a patadas.
-Perdón papito! Ya basta duele mucho, no me golpees, por favor! Prometo cortar la leña... Deja que me levante, yo la voy a cortar, pero no me pegues mas- suplicaba Mary Ann llorando del dolor.
-¡¡Levántate, maldita perra!! ¡¡¡Y corta!!
-Si papá... Siéntate y mira como lo hago...
El leñador, se sentó con su botella de Whisky contra una roca. La pequeña tomó impulso, elevó el hacha. Embravecida por la paliza , la dejó caer intencionalmente sobre la cabeza de su padre.
La blanca nieve se transformó en un intenso manto rojo.
La tinta del caos