Era fiel amante de su oficio. Su vida ermitaña aislado en una humilde cabaña, alejado de la gran ciudad lo había llevado a refugiarse en un mundo de personajes ficticios, los cuales con el tiempo se volvieron su familia y quiénes le hablaban a través del papel...
Los años pasaban solitarios y esa gran pasión literaria lo consumía desde adentro obligándolo a escribir la mayor parte del día casi hasta quitarle el sueño... Sus manos sudaban si no lo hacía y la ansiedad en su pecho creaba en él un inmenso vacío que parecía querer provocar su fin.
La sed del narrador ermitaño se volvió insaciable y se convirtió en adicción...
Fue así que aquella tarde, en su vieja cabaña se entregó por
completo al vicio. Tomó su tintero le dio un sorbo y desde ese entonces no dejó
de beber.
La tinta del caos